GARCÍA CALVO

 

Charlando con

Agustín García Calvo

 

Este es un post para gente con tiempo o interesada en el genio e ingenio de AGUSTÍN GARCÍA CALVO. Se trata de una conversación efectuada en su domicilio de Zamora el 26 DE JULIO DE 2003. Se publicó en la revista «Los Libros de Castilla y León», cuya entonces directora, Charo Ruano, me la encargó. Creo que vale la pena recuperarla y darle otra vida en este Blog.

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Quedo con Agustín García Calvo (Zamora, 1926) un día muy caluroso de verano. El filólogo, poeta, escritor, pensador, lingüista, traductor y mil cosas más, no duerme siesta. Así que me cita a las cuatro y media de la tarde. No ha sido fácil concertar el encuentro. Vive entre dos ciudades. La primera, Madrid; donde múltiples quehaceres lo mantienen felizmente atrapado. La otra, su Zamora natal, donde, con los suyos, rehabilitó un viejo e imponente caserón familiar, en pleno casco histórico, a dos pasos del castillo y la catedral. Por fin hemos logrado hallar un fin de semana en que ambos, él y el entrevistador, podemos charlar. ¿Entrevista o conversación? Más bien lo segundo, le advierto al comenzar. Por una vez, me parece, dada la enjundia del personaje, quizá sea más propio que el periodista quede en segundo plano y sea el lector quien, en la medida de lo posible, hable con él. Los periodistas, ya se sabe, hacen siempre las mismas preguntas. El lector, en cambio, vaya usted a saber por dónde puede salir.

Cuando llego a la casa, puntual, ni un minuto antes, ni un minuto después, él anda por su habitación. Un cuarto muy amplio, casi sin muebles, con ventanales que dan a un silencioso y asilvestrado jardín interior. Su mesa de trabajo no es tal. Es uno de esos tableros de cuatro céntimos, apoyado en dos caballetes, que todos hemos tenido alguna vez hasta que hemos podido comprar una mesa. Ahí tiene una vieja máquina de escribir en la que está tecleando. Al lado, sobre otra mesa o tablero -ya no me fijé- hay una segunda máquina, que tiene colocado un papel con algo escrito, sin un solo tachón, con un margen recto, limpísimo, que no mejora el mejor ordenador. En otra pared, una estantería pequeña y sin llenar, con libros, parece, de aluvión, de esos que te llegan sin más, sin pedirlos. Y hay un par de sofás en ángulo, con una mesa baja, de salón, ante la que se sienta con el lector. Está en bañador -uno del año la polka-, en alpargatas y con la camisa abierta -solo una- casi de par en par. Mientras charlamos, aprovecha el recreo al que le obliga mi interrupción para encender un purito.

He llegado con dos ejemplares, a modo de parapeto, de sus dos últimas obras, ambas en la Editorial Lucina, su editorial: «Uno o dos en 23 sitios y más» y «Registro de Recuerdos». En verso el primero. En prosa el otro, al que en portada se tilda de contranovela. Y, sin más, empiezo por hablarle de amigos que leen sus cosas y ante los que he sostenido algunas veces que lo que más llega a la gente y lo que puede quedar dentro de veinte o treinta años, suponiendo que para entonces aún se lea algo, van a ser esos versos que quizá el autor haga un poco por pasatiempo, mientras otras obras a las que dedica infinitamente más energía y talento, quizá lleguen y queden menos. Ante lo cual, dice él:

-Lo que es cierto en todo eso es que desde tiempos inmemoriales he mantenido un diferencia de géneros. Casi no me reconozco en los ratos y maneras en que me dedico a eso que se llama Poesía, con un nombre bastante prostituido; o cuando, por otra parte, estoy metido en negocios de gramática o de teoría del ritmo, como el tratado que estoy ahora terminando; luego otros que dedico a cuestiones de Lógica y de Política, tratando de llevar el ataque contra la Realidad tanto por la vía de la Lógica contra la Física como por la vía de la Política más directa. Son dedicaciones tan diversas que, como te digo, me cuesta reconocer que todo venga del mismo sitio. Además, como no creo en el Autor, tanto en lo uno como en lo otro, lo que haya de bueno, de útil para la gente (sea la gente corriente, sea la gente especialmente apasionada por problemas), será lo que no ha salido propiamente de mi como persona, sino más bien lo que se me ha escapado, tanto en el caso de fabricar unas canciones o unos soliloquios, como en el caso de llevar a cabo unos razonamientos sobre cualquier cosa. Lo bueno es lo que se le escapa a uno, a pesar de su persona. Suelo decir, cuando recito versos por ahí, que los que suenen bien, esos no son míos; los malos, en cambio, son míos.

– En ese sentido, suele decirse de la creación que lo más auténtico, aquello en lo que el lector se va a reconocer, es aquello que nos sale del corazón, de los sentimientos, por emplear el tópico. En cambio, lo que sale del cerebro, del razonamiento, de la lógica, quizá sea más difícil de compartir. Y ahí es adonde apuntaba yo con la reflexión inicial. Quizá los trabajos más duros, más fuertes de Agustín García Calvo sean también los más difíciles de compartir o comprender para el lector.

– Bueno, la distinción que haces está muy bien. Yo la corregiría en un sentido. Por un lado está lo que no es personal, lo que es común. Y ahí lo mismo entra lo que nos queda de razón común, de sentido común, y aquello que es sentimiento o añoranza en contra de la Realidad impuesta. Eso es lo común. Frente a ello está lo personal, que es una carga que, ni en la Poesía así llamada, ni en Ciencia, ni en ninguna otra forma, puede dar mucho nuevo o rompedor o descubridor. Esa es la contraposición. Y en ese ten con ten andamos, a través de uno haciéndose las cosas y también en contra de uno, con lo que a uno le queda de bueno o de común.

– Leyendo su último libro publicado, «Uno o dos en 23 sitios y más», sobre todo lo que es la primera parte, junto al soliloquio central, donde nos encontramos a García Calvo en distintos lugares de la geografía del país, la impresión final que me ha dado es que es muy triste, que se reflexiona constantemente sobre la vejez y la muerte.

– La ruptura no es entre García Calvo dentro de si mismo, en dos mitades; la ruptura del soliloquio es siempre frente a uno, que es la persona real, y otro, que no es la persona real sino justamente lo que queda de común, que viene de otro sitio: eso de Yo cuando no es Nadie, Yo que es Cualquiera. Eso se contrapone a la persona con su nombre propio; y el diálogo, el soliloquio y el monólogo implican esa escisión en dos a la que alude también el título de esa colección. Está uno luchando contra si mismo. Y en esa lucha de uno contra si mismo es donde pueden surgir cosas como ésas y otras.

– Ya, pero quiero decir que a mi me ha chocado encontrar a un García Calvo tan consciente de su vejez y de los años que pasan. Supongo que tendía a creer, como lector, que si había un combate que estaba ganado por el lógico o el poeta desde hacía bastantes años era ese de la edad y del paso del tiempo, por así decirlo. Yo creía, en cierto sentido, que García Calvo había logrado de alguna manera preservarse inmune a los sentimientos de vejez…

– Eso, formulado así, no puede ser. Uno de los dos, o de por lo menos dos, de los que andan jugando en el interior de lo que entendemos por uno, uno, al que se puede llamar por ese nombre de García Calvo, ese es real y por tanto mortal, porque la realidad está fabricada sobre la muerte. Ése es real, mortal. Y frente a eso está lo que te decía de Yo que no soy nadie, Yo que es cualquiera. Es decir, cuando me sale hablar, no como un personaje histórico, mortal, real, sino como Yo que no es nadie, como Yo que es cualquiera. Y la lucha se establece precisamente ahí. Yo, desde luego, no muero nunca, pero es a condición de no ser García Calvo ni nadie real. En esas condiciones yo no muero nunca, ésa es la verdad.

– En todo caso, este último libro es del Agustín García Calvo que canta. Porque yo tengo la impresión de que lo que quiere hacer, más que poesía en si misma, son canciones, textos que suenen como música en quien las lea y si puede ser en quien las recite. Ese autor que canta me parece muy diferente al de «Registro de Recuerdos», el libro anterior, calificado por usted como «Contranovela». A mi no me ha parecido ni novela, ni contranovela, ni memorias, ni antimemorias, sino algo muy personal que recuerda a esos dietarios que ahora y antes han cultivado algunos autores. Solo que los suyos vienen a ser, creo, algo así como un diario del alma.¿Qué quiso hacer o qué le salió?

– Primero vuelvo un poco sobre la música. Conviene aclarar que, por supuesto, siempre que me sale hacer eso que se llama Poesía por mal nombre (por mal nombre, en cuanto sometido a la Literatura), yo lo entiendo como una palabra viva, que por lo tanto suena. Estoy en contra de la poesía escrita, de la poesía reducida a Literatura. Pero eso para mi se ha dado siempre en dos subgéneros diferentes, uno es el soliloquio, que no está destinado propiamente a cantarse; y otro son las canciones, de las que he ido fabricando, se me han ido fabricando muchas que algunos de los amigos también han cantado, como Chicho Sánchez Ferlosio o Amancio Prada. Se establece dentro de eso que puede llamarse lírica esta diferencia entre soliloquio, destinado a la recitación, sonando desde luego de esa manera que es el juego con el tiempo, esencial en la poesía, y por otro lado, la canción, destinada a cantarse, se cante o no, y desde luego, quedando fuera de eso la Poesía literaria, que no me interesa y de la cual trato de librarme. Eso respecto a las sugestiones de relación entre el verso con la música. Pasando a lo otro, el «Registro de Recuerdos» no sé si es propiamente contranovela, pero desde luego es contrabiografía. Está en contra de lo que se vende como memorias, como autobiografía, también como biografías de otros, en las cuales parece como si se tratara de que quedara constancia del ente real, se le describiera, y se le describiera como sometido al tiempo real, al de los años, al de la época, de sus circunstancias históricas, sociales y demás. Eso es lo habitual. Y este «Registro de Recuerdos» se lanzó decididamente contra eso, practicando ese otro arte que es el de la evocación. Es decir, no registrar sucesos, hechos reales de la historia; sino volver a hacer vivir, para mi mismo y para los demás, los recuerdos que de mi te digo, de manera que ya esos recuerdos estén aquí, no sean de un pasado más o menos histórico, sino que estén aquí vivos. A eso es a lo que aludo con la palabra evocación. Y en ese sentido desde luego está en contra de la biografía y, en general, de la narrativa usual. Lo uno y lo otro se refieren a una pugna en la que a veces me he metido entre dos maneras de memoria. La una es la memoria histórica, fotográfica; la que reduce al tiempo real los sucesos. Y hay otra memoria viva que consiste en eso, en que estén viviendo ahora, independientemente de las fechas del tiempo real. Es como cuando uno tiene los trances de amor. Hay una manera de amor sometido, que está sometido al tiempo real y que cuenta sus fechas y que trata de practicar la constancia o la fidelidad de uno al otro, cosas por el estilo. Y hay un amor que no se sabe, un amor que está ahora sintiéndose; y ése da lo mismo que esté sucediendo ahora, en este día, en esta hora, o que sea una reminiscencia de algo, que pasó, tal vez, nunca se sabrá, pero que en todo caso está volviendo a vivir ahora.

– En su transitar por todos los géneros, o por muchos géneros, una de las cosas que al lector más le asombra, sobre todo por la forma en que lo aborda y el esfuerzo que le dedica, son las traducciones. Traducciones que en realidad hay que poner entre interrogantes porque al final uno llega la conclusión de que son también creaciones puras y duras. Estoy pensando ahora mismo, por ejemplo, en «La Ilíada», que me asombró por el tremendo esfuerzo que se adivina y que se deja entrever en el prólogo. ¿Por qué dedicar tanta energía a algo que parece tan secundario como una traducción?

– Se trata sobre todo de versiones rítmicas de obras en verso. Aunque he hecho versiones de los Diálogos socráticos de Platón, de Jenofonte y algunas otras cosas. Pero han sido sobre todo versiones en verso de obras en ritmo de griego antiguo, latín, inglés, en alguna otra lengua. Y sí, aparentemente una cosa como «La Ilíada», que al cabo de los años parece que la gente ha ido haciéndose agotar en estas mezquinas existencias de la Editorial que nos traemos y que va a salir ahora, con correcciones, en una segunda edición, parece que encierra o supone un gran esfuerzo. Pero hay que decir que eso no puede concebirse como un trabajo. Es también un gozo volver a hacer hablar a aquellos pocos de los muertos que de alguna manera siguen vivos y a los que merece la pena intentar que se siga oyendo por encima de las diferencias entre los idiomas. Hay un gran gozo en esa labor. Y por supuesto, si no, no lo habría hecho. No podría haberme tirado los años que me he tirado, ni con Homero, ni con Lucrecio, ni con ninguna de esas versiones rítmicas. Lo uno va con lo otro. Es eso. Es, en contra de la división entre idiomas, intentar hacer vivir en otra lengua aquello que uno reconoce como vivo. Esas obras que invitan a hacer una versión, especialmente una versión rítmica. Pocas, porque entre los muertos pasa como entre los vivos: la mayoría no merece la pena, son idiotas en el sentido etimológico; pero uno encuentra a veces cosas como ésas, que le parece que están vivas y entonces, pues, bueno, se dedica gozosamente a esa larga labor de intentar hacerlas vivir en otra lengua.

-Pero, insisto. En su versión de «La Ilíada», y se explica muy bien en el prólogo, hay un intento, que a mi me parece titánico intelectualmente hablando, no ya de traducir una obra lo más fielmente posible, sino de intentar conseguir que el lector, más que leer, oiga la historia, tal y como la debieron de oír los griegos para los que la compuso Homero en aquellos tiempos en que la literatura era oral, y solo se escribía, con preferencia en verso, para que alguien memorizara la historia y se la contara o cantara a otros.

– Esos prolegómenos a los que aludes iban también en contra de lo que suele hacerse con las Historias de la Literatura y la Crítica Literaria. Se trataba de presentar de una manera radicalmente contra lo acostumbrado tanto a «La Iliada» como el supuesto autor y su relación con la tradición popular. Sí, eso supongo que marcha aceptablemente bien. Esa «contra» que intentaba en los prolegómenos. Hay que decir que la cosa es un poco más compleja. Antes de Homero, era una tradición ese tipo de poesía oral, anónima, que yo tanto aprecio y que busco por todas partes. Me dediqué a hacer una imitación de la poesía anónima, tradicional, popular en una colección que se llama «Ramo de Romances y Baladas», que saqué hace unos años, en un atrevimiento de imitar al pueblo. Y eso sucedía antes de Homero. «La Ilíada», «La Odisea» son ya registros escritos de esa tradición. Con eso hay que contar; o sea, ya ha pasado por la Literatura: es el comienzo de nuestra Literatura. Y entonces el empeño era sobre todo que por lo menos los lectores en español recibieran una impresión semejante a la que supongo que recibirían los griegos de una época ya relativamente tardía, digamos del siglo III antes de Cristo, que recogía ya de muchos siglos atrás este registro escrito de lo que había sido en tiempos poesía oral y tradicional.

– De todas formas, este tipo de esfuerzos suyos no están solo en «La Ilíada». Lo he puesto de ejemplo, pero la obra de Lucrecio también es «fina», por así decirlo. ¿Por qué esa tendencia a recuperar esas obras de antaño, en verso además? ¿Qué les ve?

-Ya te he dicho. Son de los pocos muertos vivos. Es decir, el «De rerum natura» efectivamente hace mucho tiempo que era también otro de mis amores. La dificultad en el caso de Lucrecio era, en primer lugar, conseguir una edición del propio testo (*) latino que estuviera lo menos plagada posible por los errores de la trasmisión escrita, de las copias sucesivas, de las distintas ediciones. Y entonces tuve que dedicarme, en esta otra edición, que es bilingüe, en primer lugar a intentar hacer de filólogo, en el sentido más estricto, y conseguir un testo, no voy a decir que fuera el original de Lucrecio, sino el menos plagado con errores reconocibles de la tradición manuscrita y de la tradición impresa. Esa labor iba alternando con la de la versión rítmica, de hacer vivir una obra, que es física, científica, pero hacerla vivir también para oídos de gentes de nuestra lengua. Y las enormes dificultades de lo uno y de lo otro, la filológica y la de la versión poética, pues, como te decía antes, son dificultades que están acompañadas por un gran placer que sirve para hacer olvidar todos los trabajos.

– ¿Sabe? Leyendo algunas de sus obras a veces he pensado que a usted lo que le hubiera gustado es haber nacido en otra época, acaso en tiempos socráticos o mejor pre-socráticos.

– No, no hay nada de eso. Yo, como personaje con este nombre propio, contra el que siempre estoy y contra todo lo que representa, como tal personaje, estoy todo lo contento que se puede estar con esta época. No puedo decir que me ha ido mal ni nada por el estilo, y desde luego añorar el vivir en otra época es un absurdo, porque las otras épocas están en ésta. Las otras épocas no son más que historias, historias que en ésta se nos presentan hasta por los medios, los máximos medios de educación, como la Televisión y así. Estoy aquí, en el presente, y no ha lugar a intentar uno, siendo uno, real, Agustín García Calvo, colocarse en otra época; es un absurdo elemental. En cuanto a Mi de verdad, en cuanto a Yo que no soy nadie, ése vive en una época indeterminada, por supuesto. En ese Yo me desentiendo completamente de todas mis circustancias (*) históricas y sociales, y estoy en cualquier sitio, en cualquier época.

– Sostengo, y no creo estar solo en eso, que la obra de Agustín García Calvo está bastante minusvalorada. Se le conoce poco. Quizá por ser demasiada obra, demasiado variopinta, por no ser siempre fácil de asimilar. En alguna parte he creído leer que usted culpaba, en parte, de ese cierto ostracismo, a su conocida decisión de no salir por ninguna circustancia en televisión, el gran altavoz de nuestro tiempo. Ignoro si será por eso, pero me parece que el tiempo acabará haciendo justicia a su obra, ya que hoy, en el presente, no se le acaba de hacer. ¿Comparte de alguna forma esta impresión?

– A mi el tiempo de la posteridad no me importa nada. En cuanto a la costatación inmediata que haces, es así. Se puede hablar desapasionadamente de una gran minusvalorización o un muy escaso conocimiento; es así. Y de eso suelo decir que tengo la culpa yo mismo, a medias. Es decir, que tenemos la culpa a medias el mundo y yo. Porque efectivamente desde muy joven empecé a darme cuenta de que no podía entrar en la industria de la producción literaria o filosófica o lo que sea, porque eso era entregarme a hacer lo que ya estaba hecho, que era lo que no deseaba. Lo que deseaba, por el contrario, era romper con otras condiciones reales, por el razonamiento, por poesía, con lo que fuera. Y para eso no puede uno entregarse a la divulgación ni a la industria de los libros. De manera que, bastante a conciencia de lo que hacía, me negué no solo a aparecer en la TV, a lo que me sigo negando cada año algunas veces; sino también a entrar muy parcamente, como en esta ocasión, en la publicación en otros medios menos poderosos, menos dañinos. Es un ten con ten difícil, porque tampoco he decidido nunca una actitud de anacoreta, de retirarme del todo de la Cultura, lo cual sería imposible. Es la actitud de seguir haciendo cosas, presentándolas, pero sin meterme del todo en el mundo cultural que odio desde lo más profundo. De manera que ése es el motivo que puede, de manera muy simple, referirse a la venta. En general, los autores que trepan, que se hacen un nombre nacional, internacional, lo que sea; simplemente son los vendidos: se venden los vendidos. «Se venden los vendidos» es un axioma económico muy elemental; y cuando uno se niega tozudamente a venderse demasiado, a no venderse del todo, la consecuencia con que el Poder le paga es que entonces se va a vender poco su obra y se va divulgar poco. Es tan lógica y natural que hay que contar con ella y no merece la pena mencionarla.

– En este marco es en el que hay que situar por tanto el hecho de que publique en un sello propio, Lucina, en vez de en otras editoriales que seguramente significarían mejor distribución, más publicidad…

– Sí, en los años en que estuve en París precisamente fue cuando me decidí a intentar eso de la publicación, porque estaba lejos del sitio donde se publicaba; intenté con unas cuantas editoriales, que no es que me fuera especialmente mal, pero era muy complicado, y por eso tomamos la decisión, en el 79, de hacerlo de esta manera tan directa y tan artesana, de ir sacando los libros en Lucina, en esta editorial más o menos fantástica, para simplificar los trámites. Y desde luego con la consecuencia evidente de que no íbamos a disfrutar nunca de los beneficios de distribución ni de promoción que a las grandes editoriales les corresponden, de los que disponen.

– Ahora mismo, ¿en qué anda trabajando Agustín García Calvo?

– Una de las cosas que estoy haciendo es intentar rematar el «Tratado de Rítmica y Prosodia, y de Métrica y Versificación» que de alguna manera ha sido la obra de toda mi vida. Por lo menos desde mis 22 años, cuando le dediqué mi Tesis Doctoral. La obra de toda mi vida pero, claro, ya ves que ha ido quedando para atrás hasta completarse, porque había otras más terminables, como estas 50 o 60 que he sacado entretanto. Y ahora estoy dando en rematar esto, que será un tocho tremebundo, de unas dos mil páginas, razón por la que estoy recabando alguna ayuda para conseguir que se llegue a publicar. Por mi parte, estoy dándolo por terminado. Es un recorrido a las cuestiones de la relación entre la lengua, la prosodia, y las Artes del verso y la métrica, que arranca desde luego de la práctica más conocida para mi, en griego antiguo, en latín, en español, etc. Y luego una parte que pretende ser más general y referirse a las artes poéticas y su relación con la prosodia de las lenguas. Esto es lo que estoy terminando. He terminado también y supongo que saldrá antes porque ya está impreso del todo, un libro que se llama «ES.Ensayo de Linguística Prehistórica», donde he tratado de dejar también agrupados, más o menos ordenadamente, los descubrimientos acerca de las lenguas, especialmente las lenguas de nuestra familia, con una visión que, en lugar de ser histórica, fuera en cierto sentido contra-histórica, tal como el título dice. Y eso lo voy alternando con estas otras labores de orden más o menos poético, a las que siempre les dejo el camino abierto, en la medida que puedo, porque uno es un gran estorbo para eso de la poesía. Con ésas ando. También, con los diálogos que llevo ya un año publicando en el diario «La Razón», miércoles tras miércoles, donde ensayo este género de diálogos entre gente que, siendo diálogos entre gente corriente, sin embargo, no digan solamente idioteces, sino que, como se puede suponer entre cualesquiera gentes medianamente sanas o medianamente rotas, puedan decir algo más de verdad. En esto ando ahora y en algunas otras obrillas que podría seguir enumerando, pero, vamos, ¿para qué?

– Ha tocado todos los géneros, salvo, quizá, yo no lo acabo de ver, la novela y los cuentos. Aunque ha publicado cosas que ponen contra-novela o cuentos, relatos, a mi no me lo acaban de parecer, en su concepción al menos más usual. ¿Quizá porque García Calvo, se me ocurre, nunca ha visto la realidad más que como otra forma de ficción?

– Hay motivaciones más esternas. La novela es lo único que se vende en grande, en Literatura. Eso ya basta para echarme un poco atrás. Me he dejado atraer por lo de los cuentos y he sacado, qué se yo, bastantes: «Eso y ella», «Qué coños», «Locuras», «17 casos», «Entre sus faldas»… En fin, una colección. En el prólogo de alguno de ellos lo esplico: Hay una especie de repulsión por mi parte a adoptar el papel del narrador, aunque sea mediante el truco de colocarse bajo uno de los personajes o detrás de uno de los personajes. Entonces el resultado es que esos cuentos, casi todos, carecen de un narrador y consisten en un diálogo costante entre los personajes, de modo que ellos, hablando entre si, digan todo lo que hay que decir de los acontecimientos. Eso es lo más que me he acercado al género narrativo.

– ¿Con qué Agustín García Calvo se quedará más la gente? ¿El filólogo, el poeta, el pensador, el «traductor»…?

– A la gente un poco corriente propiamente dicha, es evidente que lo que más le puede llegar son las cosas del tipo de las canciones y de las otras poesías. Y también esta forma de diálogo que son los cuentos. Las demás cosas son sobre todo para gente que tiene pasiones especiales por los misterios de las lengua, por los misterios de la realidad… Yo pienso que a cualquiera le apasionan en cierta medida todas estas cuestiones. Para mi la prueba constante es la tertulia política del Ateneo de Madrid en la que participo desde hace mucho tiempo, donde todas estas cuestiones se tratan miércoles tras miércoles, siempre lo mismo y nunca lo mismo. Pero para una esposición más técnica, un poco necesariamente en jerga, como en cualquiera de esas otras obras que he sacado, para leer todo eso, hace falta tener una pasión especial. De todas formas no renuncio del todo a que cualquiera pueda leer cosas que parecen muy especiales, como el «Razón Común», donde traté de hacer vivir y comentar los restos del libro de Heráclito. Yo supongo que a cualquiera que no se ponga a leérselo como si fuera algo escolar, cultural, sino que abra y se deje arrastrar por el misterio de un fragmento o de otro, le puede llegar. Pero, en fin, la gente es así y sobre todo entre la gente, ya sabes, hay estas dos cosas contradictorias, como antes te lo he dicho de uno mismo: hay la mayoría, que son idiotas, porque el Poder, el Régimen, lo necesita, y luego hay aquello en que cada uno no es cada uno, sino que sigue vivo, tiene algo de pueblo, y solo ese puede sentir esa pasión del descubrimiento de la falsedad de la realidad en cualquier manera que se le presente.


Ahí lo dejamos. Como podíamos haberlo dejado más allá o más acá. Las conversaciones no se terminan. Se cortan cuando acaba el tiempo y ya está. Habrá ocasión, se supone, de proseguir. Agustín García Calvo, tras dejarse hacer algunas fotografías, me acompaña hasta la salida. Pasamos junto a una habitación atestada de papeles y libros, tras un montón de los cuales se ve a alguien trabajar. Es la editorial, la sede de «Lucina». Esa habitación y una única persona trabajando en su interior. «Ahí es donde nos hartamos a ganar dinero», dice riendo el hijo de Agustín que la dirige y que en ese momento pasa junto a nosotros. Afuera, pleno verano, la calle es un horno y uno, la hogaza de pan.

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(C) DEL AUTOR. Reservados todos los derechos, tanto de texto como de la foto.

(*) Algunas palabras, aparentemente mal escritas, respetan la grafía que emplea y defiende García Calvo en sus escritos e incluso al hablar, desterrando el uso de la x, eliminando la n cuando va antes de la s, etc.

7 respuestas a “GARCÍA CALVO”

  1. Una delicia de conversación.
    Todo un personaje, verdadero poeta y ejemplo en el manejo de la lengua llana y de siempre.

    Yo lo conocí en alguna de esas Tertulias del Ateneo que dice. Lo malo es el submundo de gentecillas que le rodea. Tan anti anti.

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    1. esos anti anti son parte de su «ideologia» natural y felizmente y son mas interesantes que cualquier creedor del sistema del barrio de salamanca.

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  2. ¿Acabo de leer «esplico»?, voy a volver, seguro que lo he visto mal .

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  3. Ya he terminado de leer, ahora sí me lo explico.

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  4. Querido Braulio,¿ recuerdas una entrevista que hicimos a Agustin en su antigua casa donde hoy es el Complejo La Marina?, Nos recibió de igual guisa, a una hora parecida, en verano, en bañador. No he encontrado la cinta. Si la tenía. La hicimos en un «magnetofón» que utilizo Vicente Planells para sus entrevistas deportivas o algo parecido. No habias terminado la carrera. Disculpa que irrumpa de esta manera…. Empiezo a sacar tiempo para este mundo nuevo y eterno de Internet, sacrificando algo del destinado a mi vicio mayusculo, leer. Un BESOABRAZO

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  5. Hola, Agustín García Calvo tiene ya página en la Web, por si desean visitarla:
    http://www.editoriallucina.es

    gracias!

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  6. Genial. Tenía razonamientos «geniales» EL PODER MANIPULA

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