Pedrero

Tu imagina que Antonio Pedrero se llamase Anthony Steiner y en vez de zamorano fuese neoyorquino, o de cualquier pueblucho perdido de los EEUU pero emigrado desde jovencito a la capital del mundo “para hacer carrera”. E imagina que pese a todos esos cambios hubiese sido igual de bueno y tuviese una obra como la que tiene. Se lo rifarían todos los museos del mundo y los coleccionistas pagarían millonadas en las subastas para tener alguno de sus cuadros. Pero, sintiéndolo por Nueva York, los grandes museos y los coleccionistas podridos de dinero, Anthony fue Antonio, nació en Zamora y aquí se quedó toda su vida. Es una de las muchas loterías que tenemos, aunque no sé si apreciamos del todo. Y creo que, en el fondo, también para él ha sido bueno quedarse aquí, aunque lo pague en reconocimiento, fama y dinero. Lo que pierdes por un lado lo ganas por otro y no sé si hubiese sido más feliz metido en la vorágine de los grandes nombres con eco mundial. Tiendo a pensar que no y sospecho que él coincide.

Me vienen estas cosas a la cabeza después de visitar las dos exposiciones suyas que hay ahora mismo en su ciudad y la mía. Una, centrada en el Cerco, que se puede ver en la Biblioteca de la plaza de Claudio Moyano. La otra, la que hay en el Museo Provincial, en la plaza de Santa Lucía. Han coincidido felizmente, sin que sus organizadores lo planearan, y aunque no sean ni mucho menos exhaustivas o la antológica que Pedrero merecería, dan una idea cabal, muy completa, de lo que ha hecho y hace este pintor único, irrepetible y de obra bellísima. Aconsejo vivamente ir a verlas. Y si me permiten la sugerencia, empiecen por la del museo. Porque allí, juntos a obras ya hechas, verán algo de sus inicios y de cómo fue alguien que no albergó dudas sobre lo que iba a ser de mayor. Nació con un lápiz en la mano y ésta parecía saber dibujar sola. Me hizo gracia ver algunos dibujos suyos, lápiz sobre papel de libreta de bolsillo, con pasos de la Semana Santa que veía… a los 10 u 11 años. Es decir, mientras los demás nos liamos a hacer fotos, él no necesitaba de máquina o móvil: le bastaba con papel y lápiz. También me asombra la rapidez con que la que parece haber hallado su estilo, esa peculiar forma de ver su ciudad, las gentes y los paisajes.

Qué bien que Antonio nunca fue Anthony. Aunque a punto estuvo, ojo, de ser Antoni, en catalán. Ya se iba a ir a Barcelona, siendo un jovenzuelo, cuando un oportuno encargo lo retuvo en Zamora. Por suerte para nosotros. Y espero y deseo que para él también. Un grande muy grande que sigue en plena forma cuando toma el pincel. Buenos e interminables días, maestro.

(La Opinión-El Correo de Zamora, 14/VI/2024)



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