Un hombre bueno

Dejad que destaque la bondad por encima de la montaña de méritos y logros que adornaron su afortunadamente larga estancia entre nosotros. Miguel Manzano empezó siendo cura, y desde el principio estuvo entre órganos y músicas religiosas. Cuando dejó la iglesia no pareció en realidad dejarla. En eso me recordaba mucho a otro de nuestras más añorados ex-curas, Angel Bariego. En ambos quedó un poso de bondad a prueba de todo que los acompañaría en todas sus actividades y vidas. Daba gusto hablar con él, entrevistarlo, pegar la hebra. Siempre sencillo, modesto y sonriente. Es o fue una de las personas que hacen más vivible la vida de los otros, simplemente por estar ahí.

Pero además, como bien se está recordando, su vida fue un no parar, una producción continua, con la música en el centro y el pueblo, la gente de a pie, “los fieles”, como destinatarios preferentes. Aquí como me veis, yo fui uno de sus más inútiles “clientes” en la aquella Escuela de Música que montó cerca de la plaza de Alemania, donde se unen Victor Gallego y Tres Cruces. Era un adolescente de internado, en el Corazón de María que estuvo en la plaza del Cuarte Viejo, y me había emperrado en aprender guitarra sin otro afán, la verdad, que impresionar a alguna chica y componerle, qué se yo, una balada, una cancioncilla, algo que sonara bien. Obligué a mis padres a comprarme el instrumento en la antigua tienda Portos, de San Andrés, y a la Escuela de Manzano que me fui. Por fortuna para Miguel, mi profesor fue Fabri, otro gran y dinámico ex-cura, que entonces no sé si era ya “ex” o todavía no. Les ahorro los detalles porque no llegué muy lejos. Estuve un año y en la Escuela se quería solidez por lo que nos hacían estudiar también Solfeo, algo que a mi me sonaba a chino mandarín y era ajeno por completo a mis deseos inmediatos de acordes y berreo de canciones a las mozas. Así que pasado ese año, dejé guitarra en el desván y me olvidé por unas décadas de la música.

Pero siempre he guardado un gran recuerdo de la Escuela de Miguel. La desaproveché por mis circunstancias y carencias, pero hoy hubiera persistido y me hubiera tomado en serio cuanto pusieron a mi disposición. Fue una iniciativa pionera y formidable en aquellos años 70 terriblemente grises. Después fui tratándole, ya como periodista, en entrevistas y admirando tantos hitos suyos, siempre para el pueblo, como sus “Voces de la Tierra”, que le sobreviven, y como tanto y tanto rescate de música tradicional, a la que daba nueva vida y otros aires.

Dentro de la tristeza de una desaparición así, que es la de un gigante de nuestro tiempo, queda el poso dulce de habernos cruzado con alguien tan creativo, genial y de tan extrema sencillez. Miguel Manzano, siempre derramándose en los demás. Gracias y adiós.

(La Opinión-El Correo de Zamora, 17/V/2024)



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